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martes, 8 de noviembre de 2011

RUGBY Y POLÍTICAS PÚBLICAS



El deporte de la pelota ovalada, que hoy celebra un nuevo mundial, posee ciertos códigos -basados en la libertad, el respeto a las normas y el aprecio por la competencia justa, entre otros- que se echan de menos en el debate nacional.

“Deporte de rotos jugados por caballeros”. Esa debe ser la más cliché y políticamente incorrecta definición de este maravilloso deporte, que vive por estos días su fiesta mundial. Otros señalan que no es un juego, sino una forma de vida (pero fanáticos del futbol, del surf, del esquí, del golf o del tenis dirán probablemente lo mismo). ¿Qué esconde entonces esta práctica que resulta tan formativa para el carácter humano? ¿Qué podemos aprender de ella, no sólo desde el punto de vista recreativo sino de la enseñanza que nos puede entregar para ser mejores personas y con ello construir un mejor país?

La respuesta es bastante sencilla: incentivos correctos. Eso que alguno desprecian porque lo encuentran “economicista” o incluso “mercantilista”. Lo cierto es que se trata simplemente de normas, de reglas que alinean bien las virtudes morales, intelectuales y físicas de los seres humanos, en un juego esencialmente libre.

Veamos. Se trata en primer lugar de un juego que no sólo demanda mucho de sus jugadores, sino también de su árbitro: resulta imposible jugar rugby sin conocer sus reglas. Son pocas, pero claras y muy definidas. Ello hace que el árbitro deba ser aún más versado en su conocimiento. Es aquí donde vemos su primera virtud: todos respetan al árbitro. ¿Por qué? Muy sencillo: si usted reclama, retrocede 10 metros en la ejecución de la infracción a favor del otro equipo. ¿Otro reclamo? Otros 10 metros. Si insiste, simplemente se va para afuera. Y sólo el capitán puede dirigirse al árbitro, claro está. El principio básico es la libertad, por eso el árbitro “deja jugar”, pero sanciona fuertemente el quiebre de las reglas. Domina a la perfección el uso de la ley de la ventaja y no interrumpe el juego con cobros inútiles que suelen perjudicar al equipo al que intenta beneficiar. Eso sí, ello le impone la responsabilidad de permanecer muy atento a cómo se desarrolla el juego, interviniendo sólo en lo estrictamente necesario.

En segundo lugar, no hay lugar para el teatro, la simulación ni la victimización. Más bien ocurre lo contrario: si un jugador da muestras de que ha sufrido un golpe grave, el equipo contrario sabrá que ese es el punto débil del rival, e intentará concentrar su ataque precisamente por ese sector: no muy bueno para el jugador simulador ni para su equipo. He aquí un punto a favor de la reciedumbre y la superación frente a la adversidad como única fórmula para sacar el partido adelante.

Luego está la conformación del equipo. Aquí hay un puesto para cada biotipo físico, pero nadie lo impone por cuotas o regulaciones excesivas. Hay igualdad de oportunidades para altos, bajos, gordos, flacos, rápidos o fuertes, con buena patada o hábiles con las manos: diversidad, pero sin igualitarismos enfermizos ni discriminaciones positivas. Si bien el talento personal puede tener inicialmente un mérito, la diferencia la hace el sacrificio de cada uno. O sea, no importa si uno es “malo para el deporte”: mucho más gravitante serán el esfuerzo realizado en los entrenamientos y, ciertamente, el despliegue, entrega y concentración en el campo de juego. Aquí cada uno se gana su puesto con empuje individual concreto –donde nadie te regala nada– y del cual se beneficia todo el equipo. No hay asistencialismo en el rugby.

Tampoco se niega ni se intenta derogar la fuerza, sino que se ocupa inteligentemente en favor de un objetivo tanto personal como colectivo y las metas se consiguen –literalmente– paso a paso. Esto no quiere decir que no se produzcan de cuando en cuando ciertos abusos y conflictos: si ellos ocurren se sancionan con rigor, pero a nadie se ocurre prohibir los tacles para que no existan peleas.

Finalmente, los jugadores entienden que todo lo que ocurre dentro de la cancha queda en ella. No se confunden los choques en el juego con ataques personales, ni hay espacio para el resentimiento. Terminado un partido, por muy violento que haya sido, los jugadores se saludan y se respetan, particularmente si ha sido un juego duro: siempre habrá un túnel de aplausos para darse la mano y recordar el match en un ameno tercer tiempo.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Nacional 2011



Los Verracos viajan a la capital...

sábado, 3 de septiembre de 2011

jueves, 18 de agosto de 2011

¿Usted no juega?


El día que cumplí 40 años me cuidé mucho de celebrarlo. Para evitar cualquier tentación me largué a Londres, donde consideré que estaría a salvo porque esa es una ciudad en la que nadie conoce a nadie. Yo la crisis de los 40 la pasé a los 35, o un poco antes, no me acuerdo, y parece que aún me dura. Siempre fui algo precoz, igual que el pirata somalí. En general los síntomas coinciden, aunque con variaciones: en lugar de una moto de gran cilindrada o un deportivo descapotable, como suelen hacer los aficionados al Seagrams con Tónica Schwepps, yo me compré una bicicleta, una batería electrónica y una armónica con la que distraer las tardes. Por lo demás, el cuadro habitual. Empezaron a disgustarme los pelos de la espalda, consideré la posibilidad de atajar la infección seborréica del cutis con un tratamiento facial y me hice corredor aficionado de larga distancia, pensando en medios maratones y aun en maratones que reivindicaran mi condición de hombre-de-mediana-edad-en-el-mejor-momento-de-su-vida. Es decir, todo una conveniente ficción que enmascarase la realidad: el extravío, el desconcierto, el cansancio, la desesperanza, el hastío y la inminencia de la definitiva derrota.

En el mientras tanto, seguí jugando al rugby, confiado en que me mantendría ágil y despierto, inaccesible a la edad, inmortal, como me dijo un compañero el otro día. He pasado la barrera de los 40 en el campo. Pensaba que me sentiría orgulloso, pero ahora estoy confundido: me parece que he perdido el juicio y que me estoy equivocando de lugar. Como soy el opuesto de Shanti Andia, un hombre de inacción, he resuelto dejar pasar el tiempo sin tomar una decisión. En realidad, yo sigo a la espera de que el rugby me retire de un mal golpe, como viene anunciándome mi madre desde hace más de una década, o me envíe una señal definitiva, evidente, irrefutable, de que mi hora ha llegado. Mientras tanto, sustrayendo cada día mayor terreno a la realidad en favor de las utopías, sigo entrenando y jugando. Cada verano pienso que lo voy a dejar y luego viene septiembre y vuelvo al barrigazo. A ratos me pongo melancólico y mentalmente anoto lo que sería el arranque de una autobiografía apócrifa sobre mis días en el rugby. Diría así:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el talonador Aureliano Ornat había de recordar el día en que Angelito el Carnicero jugó de pilar izquierdo a su lado, con 45 años, después de proclamar frente al espejo y en referencia a su imponente torso desnudo: ‘¡Menos mal que esta mañana me he puesto los músculos!”.

Soy el continuador de una saga de irredentos, por lo que parece. Pero tal vez la señal que temía llegó este sábado. Ahora juego las medias horas finales de los partidos, un periodo indeciso en el que puede estar todo hecho o todo por hacer. Durante los 50 minutos anteriores aguardo en la banda, armado hasta los dientes, con las medias a la rodilla, el protector en la boca y la chichonera calzada en la cabeza. Después, a la hora de salir, me quito la chichonera porque me parece que hay algo pusilánime, impropio, en protegerme la cabeza después de tantos años jugando a cerebro descubierto. Cuando se aproxima el descanso me marcho a corretear por el fondo del campo y empiezo a prepararme para lo que venga. Ahora que anda por ahí la máquina de entrenar melés he encontrado una notable diversión arrojándome cabeza abajo contra sus felices almohadillas. Lo hice el sábado, a modo de calentamiento individual, y fue un reencuentro emotivo, porque uno ha pasado atardeceres muy hermosos retozando con esa máquina por las praderas del Seminario, llevándola de acá para allá, de lado a lado del campo, entre bufidos, pedorretas, expectoraciones, gruñidos y gargajos, todo manifestaciones de un mutuo amor entre el hombre y la bestia. Moverla jaleado por los compañeros es como sacar en procesión a un Cristo del que se es devoto: una experiencia religiosa. Puro erotismo trascendental. Sexo deportivo. Si un jugador de rugby se hace alguna vez director de cine porno (lo cual no está lejos de ocurrir) la escena en la que un ejercito de doncellas atenienses son violentadas por 300 espartanos sobre una máquina de entrenar melés pasará a ser un clásico del género.

La máquina de entrenar melés es el mejor amigo de un primera línea, si exceptuamos a otro primera línea. Los dos (las máquinas y los primeras líneas) presentan muchas similitudes: ambos son artilugios primarios, de robusta sencillez y muy concreta fiabilidad. Sirven para lo que sirven y eso lo hacen bien, con simplificado orgullo. No le puedes pedir a un primera línea que dirija a un equipo ni a una máquina de entrenar melés que te lleve a Barcelona. Tan parecidos son que, en ciertas ocasiones, uno puede confundirlos: a un primera línea le pones un impermeable rojo y es igualito a una máquina tapada con la lona para que no se oxide. No estoy exagerando. De hecho, hay primeras líneas con menos sentido común que una máquina de entrenar melés; no es extraño verles abrazados a ella, hablándole a las espumas recubiertas de lona contra las que se enfrentan. Uno puede confiar en una máquina de entrenar melés: sabe guardar los secretos, aguanta los empujones, permite que le babees las aristas y tiene más o menos la misma agilidad que nosotros. Para un primera línea, el entrenamiento con su máquina es suficiente: empentar, empentar, empentar, hacer papilla los hombros, agacharse un poco más, siempre un poco más, contracturar todo los músculos del cuello y sus inserciones, y si acaso de cuando en cuando completar una serie de flexiones y otra de abominables, con el fin de relajar o hacerles compañía a los muchachos de la línea. Correr no es importante. La resistencia se gana empujando, eso lo sabe cualquier hombre a partir de la pubertad. De la velocidad ni hablamos: no conviene echar una carrera hasta la línea de 22 contra la máquina de entrenar melés, porque podría ganarnos. A los primeros líneas nos incomoda el exhibicionismo atlético. Y las máquinas de entrenar melés se quedan frías si las embiste alguien de menos de cien kilos.

Con nosotros a su lado, las máquinas de entrenar melés se sienten queridas y apreciadas en su justa medida. Nos saben iguales a ellas: un capricho de la ingeniería. De hecho, en las primeras líneas se han observado homínidos que asombrarían a la Ciencia y se pueden considerar auténticas maravillas de la evolución. Durante algún tiempo tuvimos en nuestro equipo a un primera línea rumano de al menos 160 kilos, de los que no menos de 35 serían cabeza. Hasta que no aprendió sus primeras palabras en español algunos no tuvimos claro que no estuviéramos alineando a un buey. Cuando le preguntábamos, nuestro astuto presidente se encogía de hombros y por toda explicación agitaba el documento con el transfer internacional. El tipo podía ser un rumiante, venía a decirnos, pero no un indocumentado. Por suerte, en la plantilla tenemos varios estudiantes de Veterinaria y les bastó observar (muy de reojo y con sumo cuidado) los órganos reproductores del especimen para concluir que al menos un Hereford no era. Momento en que el entrenador maldijo su escasa fortuna, porque ya se frotaba las manos pensando en explotarlo como semental en su granja. No falta quien sostiene que lo intentó, de todos modos. Observado de cerca, el muchacho tenía un corazón muy humano, formación en Teología, una amante enamorada que le guardaba la ausencia y la dignidad intacta en la distancia del exilio. Aun así, temíamos seriamente que se nos lesionara de gravedad. Primero porque en los partidos uno podía entregarle la pelota sabiendo que avanzaría docena y media de metros con varios saltimbanquis del equipo contrario colgados del cuello. Segundo, y sobre todo, porque si se rompía alguna articulación y quedaba inservible, nadie estaba seguro de dónde había instalado el Ayuntamiento el Punto Limpio más próximo. Ni cómo trasladarlo hasta allí.

A lo que iba: el hombre y la máquina… El caso es que, después de una buena serie colisiones contra el animal de hierro y espuma, me sentí preparado para acometer la media hora precisa de juego. Sintiéndome cálido y maleable, me dije: es hora de estirar para que esos músculos cuyos nombres ignoramos se presenten bien lozanos en la pasarela del campo. Hay un prestigio que defender. Y, sentado sobre mis talones, en actitud de meditación trascendental, tensé los muslos y otras zonas blandas para retirarles varios años de encima. Cuando ya empezaba a sentirme joven, capaz de mezclarme entre los adolescentes que anticipan el relevo generacional, listo para enfrentar la caza del veterano que cualquier equipo desea practicar cuando tiene muy visto a un tipo concreto del rival, justo en ese momento en el que verdaderamente quería parecerme que nada había cambiado, que yo seguía siendo el mismo de las últimas dos décadas, que jamás estuve mejor, ni más en forma, y que en verdad soy un-talonador-de-mediana-edad-en-el-mejor-momento-de-su-vida, un Peter Pan del oval, un Connor McCleod del rugby… justo entonces pasó a mi lado un chavalín, me miró y, sin detenerse un momento, me preguntó: “Oiga, ¿usted no juega?”. Y mientras yo caía muerto sobre el césped, él se fue caminando hacia el otro lado del campo.

Extraido de: http://ornat.wordpress.com/

miércoles, 15 de junio de 2011

lunes, 28 de marzo de 2011

HORARIOS DE ENTRENAMIENTO

Verracos, los horarios de entrenamientos para éste año son los siguientes, rogamos puntualidad y que vayan pidiendo los permisos correspondientes.




Lunes: 13:30 hs. RRC Entrenamiento físico libre y tocatas varias.
Miércoles: 13:30 hs. RRC entrenamiento físico comandado por M. Muller y sus conitos.
Viernes: 21:30 hs. RRC entrenamiento físico y táctico comandado por M. Muller y a posterior tradicional cena light.

Fixture Anual



Fixture de los encuentros de Veteranos para éste año

17 de Abril - Organizador Bichos
22 de Mayo - Hormigas
11 de Junio - Verracos
03 de Julio - Patagonia
07 de Agosto – Viejos Verdes (Dinos)
04 de Setiembre - Bichos (Primavera en el Chañar)
23 de Octubre - (sin designar)
13 de Noviembre - (sin designar)